viernes, 31 de agosto de 2012

Cierran CARNE CRUDA

Sigue la censura sin disimulo. Carne Cruda es el mejor programa que ha habido en años y Javier Gallego uno de los periodistas más valientes e incisivos de nuestra generación. Era evidente que se iban a cargar el programa y el nuevo director de R3, el pringado e insufrible Tomás Flores de Siglo XXI, ha sido el encargado de canalizar las órdenes del gobierno.

Conviene leerse la carta de despedida del Crudo titulada 'Ni vencéis ni convencéis'. Está AQUÍ.

Hoy se acaba la sanidad universal en España y la derecha facciosa sigue adelante con sus planes arrasadores. Este mes tiene que arder troya, tenemos que quemarla y luego comérnosla, no cruda, sino bien tostadita. Ya veremos cómo lo digerimos, eso empieza a ser secundario.

sábado, 11 de agosto de 2012

Impávido, la peli


No voy a hablar de cine porque no tengo ni puta idea de todo ese mundo al que llaman “el cine” y que me parece un sintagma tan siniestro como aquel de “los mercados”.

No voy a decir que no me gusta el cine, porque no sería cierto, pero sí puedo decir que me la pela el cine y en general el 99% de lo audiovisual— y que no lo necesito para vivir, tal y como necesito la literatura y la música, artes sin las que el mundo carecería de sentido. No me puedo imaginar una vida, mi vida, sin algunos de mis libros y de mis discos favoritos, mientras que me la puedo imaginar perfectamente sin alguna de mis pelis favoritas.

No suelo ir al cine, cada año le quito más tiempo. Iré, de media, unas cinco veces al año, quizá algo más. Me lo suelo pasar bien. A veces muy bien. Pocas veces se me hace insufrible. Por supuesto, hablo de cine: pantalla grande, acústica más o menos conseguida, oscuridad, silencio ambiental. La pantalla pequeña, pasar dos horas seguidas ante un televisor en mi casa, me cuesta horrores si no está Messi en pantalla.

No me enorgullezco, bien al contrario. Me encantaría sentir el cine y poder decir cosas como "el plano", "la fotografía" o "el ritmo" junto a cualquier adjetivo de más de tres sílabas y mucha pasión; pero no me sale. Hace muchos años que si tengo que hablar de una peli solo digo: me gusta o no me gusta. Es todo lo que le pido a la película una vez pagado el pastizal que cuesta entrar en un cine: que me guste, que me lo pase bien, que me ayude a extraerme, a tener la cabeza durante dos horas en algo que no sea mi día a día.

  No voy a hablar de cine. Tampoco voy a hablar de mi amigo Alfonso, uno de los tres guionistas de Impávido, del que me siento tan orgulloso. Es mi antiguo amigo más amigo, el único con el que, desde las conversaciones frente a un paquete de pipas en un banco con catorce años, seguimos hablando de las mismas cosas serias y de las mismas gilipolleces con la misma pasión. La vida no ha cambiado tanto desde que éramos adolescentes pringados, ya a esa edad se sabe de qué va esto y con qué te vas a enfrentar. Es una gran suerte tener un amigo con el que la transcendencia y la seriedad de las conversaciones estúpidas y de las vitales siga siendo la misma. Estoy muy orgulloso del adulto en el que se ha convertido, profeso un gran respeto por su manera de actuar en la vida y escucho con especial atención sus opiniones sobre el mundo y sobre mí.


Tampoco voy a hablar de Carlos, amigo de Alfonso, coguionista, director y montador de la película, que con el paso de los años se ha convertido en uno de esos amigos que quieres, que ves poco y que sigues a la distancia, preguntando e intentando sacarle tiempo al tiempo para unas cervezas y unos abrazos cuando coincidís en una ciudad. Lo conocí en tiempos de la facultad, en las visitas a Salamanca, cuando ambos se enamoraron del teatro y empezaban a hacer cine en sus cabezas y decían cosas incomprensibles sobre los clásicos. Los dos me presentaron Madrid desde su casa de Puente de Vallecas y en pago yo les alimentaba como una madre con platos de lentejas y les machacaba a la Play como un hermano mayor.

Queda claro, pues, que mi opinión sobre Impávido es de todo menos objetiva. De hecho no tengo ninguna duda de que si no fuera su peli, la de Alfonso y Carlos, jamás hubiera ido a verla. Pero sin embargo he ido, dos veces: la primera me encantó, la segunda me cautivó. Me he reído mucho, muchísimo; me ha atrapado en la butaca, expectante; me he olvidado del mundo, ha sido un gran ejercicio zen. Claro que no he tenido la mente en blanco sino llena de tipos más o menos entrañables que viven en un mundo ficticio en el que las pistolas sirven para sacarte de problemas muy jodidos. Acción, risas, musicón y varias historias dentro de una más grande tremendamente bien contada.

Si quieres una peli sobre el estado del mundo o un profundo análisis sobre el ser humano, no pagues siete leris por Impávido. Pero si quieres pasártelo bien una horita y media, no lo dudes, es un peliculón.

Para acabar esta entrada voy a tirar de otro amigo del que también me siento orgullosísimo y al que voy a pedirle prestada la última frase del prólogo que redactó para la edición española del clásico del cómic belga Bruce J. Hawker que publicó la editorial Ponent Mon en volumen integral: “Si bien puede parecer a priori que esta obra hará solo las delicias de los amantes de este peculiar género que combina historia naval e intrigas [léase aquí acción y risas], lo cierto es que Bruce J. Hawker [Impávido] tiene a gala cumplir con uno de los principales objetivos de la bande dessinée [el cine] ejecutada con maestría: el entretenimiento”.