martes, 17 de agosto de 2010

Buenos Aires – Península Valdés – Ushuaia

La nieve refleja la luz del alumbrado público y crea un ambiente mágico en esta invernal noche de agosto en Ushuaia. La ciudad se prepara para dormir. La bahía oscura dibuja un par de grandes pesqueros cuyas luces flotan sobre el agua. La calefacción de casa le gana la partida a las temperaturas bajo cero del exterior. Da gusto estar de vuelta.

Buenos Aires se dejó recorrer con gusto por los hermanos España. San Telmo, Palermo, Florida, Retiro, Puerto Madero,… escenarios ya familiares que descubría Javi mientras charlábamos de mil y una cosas, nos poníamos al día, compartíamos cervezas y cafés, repasábamos el pasado, repensábamos juntos el futuro. Días de tranquilidad en la gran ciudad, de paseos y sonrisas, de cotidianidades de antaño. Calles, parques, bicis, conciertos… y un espectáculo inolvidable que nos esperaba desde hacia muchos años. Mi hermano me hizo descubrir casi todas mis aficiones culturales: libros, música, estilos… entre sus infinitas cintas tenía una de Les Luthiers con la que nos reímos de lo lindo de adolescentes. Pudimos asistir en el teatro Gran Rex de Buenos Aires a un show de los maestros, algo así como ver al Camarón en San Fernando. Grandísimos. Genial despedida de la capital.

Los países no se conocen si solo visitas sus aeropuertos, así que para viajar a Puerto Madryn hicimos 1.700 km en autobús. Atardecía cuando salíamos de BA y al amanecer nos encontramos de lleno en la infinita llanura patagónica, horas y horas de nada, sol y viento, rectas interminables y películas insufribles en la pantalla. Llegamos a Puerto Madryn bien entrado el mediodía. Otra ciudad soporíficamente cuadriculada, sopla el viento, brilla el sol, no parece que estemos en pleno invierno en la Patagonia. Nos colocamos las mochilas y echamos a caminar con tranquilidad y un cigarro en la boca después de 18 horas de bus. La ciudad está desierta, todo el mundo come o duerme la siesta. La plaza del pueblo deja entrever el mar al fondo, tenemos que encontrar alojamiento así que intentémoslo primero cerca del mar. Una bahía enorme se abre ante nosotros, el sol nos reconforta, las horas de bus se empiezan a olvidar. Miramos al horizonte… manchas negras en mitad de la bahía… no puede ser… venga ya… va a ser que sí… joder… guau… qué pasón… jeje… abrazos… besos… ¡¡¡son ballenas, son ballenas!!! Y están ahí, a cuarenta metros, las adivinamos más que verlas, nos invade una sensación espectacular. Es una playa hermosa y hay ballenas.

Encontramos una pensión confortable y corremos de nuevo al paseo marítimo, encontramos abierto un auténtico chiringuito playero y comemos a deshora con una sonrisa triunfal. No importa que no haya espetos, no importa en absoluto. Brilla el sol, estamos comiendo y viendo las ballenas a lo lejos. Luego recorreríamos un dique desde donde las veríamos algo más cerca. Paseamos por el pueblo, preguntamos por las posibles excursiones y decidimos alquilar un coche al día siguiente para tener toda la libertad del mundo. Descansamos de lo lindo soñando con lo que veríamos al día siguiente: la playa del Doradillo, una playa sacada de los libros de fantasía en donde las ballenas estaban, literalmente, a tres metros de la orilla. ¡Oye, ballena, ten cuidado canija, que vas a encallar! Ni caso, allí seguían ellas acercándose a vernos, unas pocas por allí curioseando con los humanos, otras pocas por acá enseñando a nadar a las ballenitas, unos ballenos más allá intentando ligar con una ballena buenorra que se dejaba querer, otra que se hacía la estrecha y se ponía bocabajo para preservar su virginidad, un balleno adolescente que daba botes porque no sabía que hacer con sus hormonas,... Un espectáculo. Íbamos de paso a la playa y nos quedamos cinco horas. Sinceramente, nos extrañó no ver por allí un hobbit o un minotauro.

Llegamos por la noche a Puerto Pirámide, el único pueblo de la península Valdés. Nos costó encontrar pensión, cenamos en un local hermoso y nos preguntamos porqué Melilla tiene tantos bares y restaurantes sin encanto y proyectamos montar una decena de negocios maravillosos que se irían a la quiebra enseguida en nuestra ciudad natal. Nos levantamos temprano con la idea de hacer el soñado avistaje en barco, pero madrugamos en demasía y ni un café nos pudimos tomar. Mientras amanecía en la cala, con algunas ballenas al fondo, vimos salir el primer barco turístico.
Pronto estuvimos montado en uno y disfrutaríamos de casi dos horas de emoción contenida encima de una embarcación pequeña en un mar transparente. Estábamos junto a las ballenas, esos animales maravillosos y enormes que venían a nuestro encuentro con sus 15 metros de largo, sus miles de kilos deslizándose con suavidad mientras nos exploraban, sus colas enormes a un metro de distancia, sus respiraciones,… Inútil intentar describirlo, es la experiencia que más me ha impactado de toda mi vida de viajero.

Tras un interminable viaje a Ushuaia de 24 horas, llegamos al anochecer bajo una nevada de campeonato. El pueblo le regalaba a mi hermano su más bella estampa. Llegamos por fin a casa, nos encontramos con Ara, compartimos experiencias y al día siguiente exploramos el lugar bajo un sol cálido que contrastaba con la ciudad nevada. Tendríamos tiempo para hacer esquí de fondo al día siguiente, comer el típico cordero patagónico y pasar una última noche juntos antes de que Javi siguiera camino hacia el Calafate. Gracias, hermano, por venir a verte este cachito de mi mundo. Eres una gran persona y, sin duda, el mejor hermano del mundo.

Ahora toca volver al trabajo, disfrutar de la tranquilidad de esta tierra, ver a los amigos y ponerse pronto a planificar el próximo viaje… ¡hay mucha América esperando!

PD: En cuanto ordene y borre el 80% de las fotos que hemos hecho durante el viaje, iré colgando fotos en las entradas antiguas.

3 comentarios:

  1. Oyee, qué tal el cordero patagónico? al final me lo perdí...

    ResponderEliminar
  2. pero qué ojos más presiosos tiene tu hermanoooooo!!!!!! De vuelta al sevillaneo calorífico...beso. Sophie

    ResponderEliminar
  3. Chusta!! ¿Es que no piensas volver nunca???

    Oye... el de la primera fotografía, con camiseta a rayas negras y amarillas... eres tú, ¿verdad? Pues que sepas que cada día te pareces más al Strawberry, uno de los cantantes de Def Con Dos!!! y si no me crees, echa un vistazo...

    Un abrazo!!!

    ResponderEliminar