Los últimos días del viaje parecen ya lejanos, después de tres días en la gran ciudad, paseando relajadamente por las calles de la gran capital junto a Natalia y a Ara, y teniendo ahora a mi hermano de compañero de viaje.
Salimos de Salta camino a la provincia de Tucumán, una zona menos montañosa y más verde que la que dejábamos atrás. Llegamos a Cafayate tras cuatro hora de bus, una ciudad con un cierto aura de remanso de tranquilidad, de artesanía, de hippies exiliados a la montaña. Lo que encontramos fue un pueblo-ciudad muy bonito, muy cuidado, muy preparado para el turista. Todo demasiado lindo para ser real, no le dimos la oportunidad de enseñarnos sus encantos.
Seguimos camino enseguida hasta Amaicha del Valle, un pueblo curioso en el que pasamos dos noches. Encontramos una habitación barata en las cabañas de un camping. Salimos a recorrer las pocas calles del lugar y buscar algún sitio en el que cenar algo verde. Acabamos en un curiosísimo local situado en la plaza central, con una cocina vegetariana riquísima y un entrañable ambiente presidido por Joaquín, un antiguo hippy con pinta de motero, jovial y afable, con su hijo de cocinero y un batiburrillo de viajeros adoptados que se quedaban unos días en el lugar. Charlamos alrededor de una botella de vino, surgió la chispa de la afinidad y quedamos en visitar su casa al día siguiente. Y así fue, estuvimos parte de la tarde y la noche en su casa, una de esas casas caóticas y maravillosas de grandes espacios, con sofás y colchones por todas partes, herramientas de todo tipo, bolsas de comida a granel, conservas caseras, desorden, espontaneidad. Acompañados de otros viajeros, nos vimos envueltos en la elaboración de uno de los platos tradicionales, sino el que más, de la cocina argentina. Un estofado de numerosas legumbres, verduras y casquerías que se hace a fuego lento durante muchas horas: el locro. Estuvimos unas ocho horas alrededor de las brasas de un fuego de leña que íbamos alimentando, removiendo las dos ollas de 50 litros cada cinco minutos, charlando y riendo, disfrutando de no tener nada que hacer sino estar allí, bajo ese cielo estrellado inmenso, bello, lleno de preguntas, esos cielos que uno siempre añora en la ciudad.
Iñaki, un español que llevaba en el pueblo varios meses, nos contó alrededor del locro las características político-sociales del lugar. Amaicha es una comunidad indígena que sigue conservando sus instituciones tradicionales. Una cédula real concedida por el rey de España en el s. XVIII les ha permitido defender legalmente sus títulos históricos y mantener parte de sus fueros. Existe un cacique elegido por la comunidad y un consejo de sabios para resolver conflictos. Gran parte de las tierras son comunales y son prestadas a quienes viven en ellas o las trabajan. Curiosa manera de organizar la vida en el s. XXI desde una perspectiva diferente de la propiedad privada. Por supuesto, eso no implica que no haya corruptelas, historias extrañas y tejemanejes propios de cualquier pueblo en el que todos están peleados con todos.
Aquella es también la zona de los indios Quilmes. Lo que hoy da nombre a la cerveza más común en el país fue un pueblo milenario sometido, exiliado y desaparecido
en el s. XVII. Los Quilmes fueron uno de los pueblos más guerreros de la zona y como represalia, cuando los españoles los vencieron -solo lo lograron tras un largo sitio-les obligaron a abandonar sus tierras y les obligaron a caminar hasta Buenos Aires (1.700 km) donde solo llegaron unas 400 personas. En las ruinas de su ciudad, en la ladera de un hermoso cerro, es fácil imaginar la actividad de sus antiguos habitantes, las prisas del mercader por llegar a su local, la tranquilidad de una madre mientras encendía el fuego de su cocina bajo el amable sol de invierno, las carreras locas de los niños al atardecer. Piedras y cesped que representan la brevedad de los días.
Nuestro viaje se acababa. Tafí del Valle, a 2.100 metros, nos recibió con mucho frío y pasamos 24 horas descansando y preparándonos para la vuelta. El bus de vuelta hacia Tucumán nos regaló unos espectaculares paisajes en el descenso de dos horas que nos llevó a través de tupidos bosques hasta la ciudad. De allí otra vez un gran viaje de infinitas horas hasta Buenos Aires. Punto y seguido. Se acababa un viaje y empezaba otro. Natalia llegaría al día siguiente, disfrutaríamos de dos maravillosos días en la ciudad, nos reíriamos y sentiríamos el calor de la familia. Luego Ara y Natalia se irían a Ushuaia. Hasta pronto compañera, gracias por estos maravillosos 20 días, disfruta y sé feliz. A mi me toca descansar, llega mi hermano en pocas horas. Ya está aquí, duerme después de todo un día en la ciudad. Estoy feliz. Mi queridísimo hermano, un trozo de mí, como un brazo o una pierna, alguien que me ha definido y modelado, que me ha guiado y amado, mi hermano, mi hermanito, se ha cruzado medio mundo para estar conmigo. Y nos vamos de viaje. Estoy feliz.
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cuánto me alegro de vuestros viajes!
ResponderEliminarmucho power pa los hermanos España en la Argentina!!!
cuanto te quiero, compañero!!!!
ResponderEliminar(desde Ushuaia, volviendo de marcha con Natalia)
Oye, cuando hagan la peli basada en tu blog ¿harás de ti mismo? Lo digo porque conozco a un tipo con pelo que...
ResponderEliminarGrande leerte, como siempre. Y más ahora desde la France, donde yo al menos me siento un pelín más viajero que en mi despacho, y eso ayuda a leerte sin morderme las uñas de la envidia.