domingo, 18 de julio de 2010

Iguazú-San Ignacio

En apenas 48 horas recorrimos cinco mil kilómetros desde que dejamos el extremo sur de la Argentina hasta llegar a la punta norte, esa maravilla que son las cataratas de Iguazú. Imposible describirlo con palabras e imposible subir fotos porque se me ha olvidado el cable en Ushuaia y estamos ahora mismo en un pueblito en mitad de alguna parte. En cualquier caso, las cataratas son un espectáculo natural que, una vez más, supera con creces los problemas derivados de ser un atractivo turístico mundial, para llegarte directo a las entrañas.

Las cataratas están en la triple frontera y tienen una parte brasileña y otra argentina. El pueblo más cercano del lado argentino es Puerto Iguazú, un lugar que todavía vive en otra época, con poco asfalto y mucha selva, con calles cuadriculadas de tierra roja que se embarra con la lluvia, con una pobreza que se da la mano con el turismo mundial. Un pueblo fronterizo, todas las fronteras tiene un aire parecido, un algo decadente y una mirada digna, gente que sobrevive y ve pasar el tiempo con un vecino enfrente que habla distinto, que vive distinto, un espejo de la parte oscura de uno mismo, una imagen difusa de lo que uno pudo ser si el azar te hubiera empujado unos metros más allá.

El lado argentino de las cataratas está a pocos minutos en bus de Puerto Iguazú. El parque nacional está muy preparado para absorber a gran número de turistas, todo es selva, y todo está repleto de caminos de cemento o escaleras de metal, hay varias tiendas y restaurantes, un trenecito que te acerca a las cataratas, atascos en las esquinas para hacerse fotos... aún así todo resulta embriagador: el ruido, el agua, los cánticos de pájaros desconocidos, los animales extraños que te cruzas. Llovió todo el día (de hecho todavía no ha parado de llover, hoy es domingo y estuvimos allí el viernes), pasamos frío, andamos por las distintas cataratas, nos mojamos por la lluvia y por las cataratas, algunos caminos de metal te llevan tan cerca del agua como para empaparte, nos reimos muchisimo con el agua, con los animalillos que nos cruzabamos, con la sensación de guiri que uno lleva en estos sitios. Al final del día nos acercamos al hotel de Monica y Enrique y allí estuvimos descansando y tomando unos cafés primero, unas cervezas después, estando calentitos en compañia querida, hasta que se hizo de noche y volvimos al pueblo a descansar.

Ayer cruzamos la frontera de Brasil, sobre todo porque yo tenía que hacer una nueva entrada a Argentina antes del dia 20 si quería seguir siendo legal en el país. Todo muy facil. Llegamos a Foz de Iguazu en poco tiempo y decidimos quedarnos en la ciudad y no viistar el lado brasileiro de las cataratas porque seguia lloviendo y ya teniamos suficiente cataratas en lo algo. Foz es una gran ciudad de trecientos mil habitantes, un caos, un horror, una ciudad comercial sin ningun encanto más allá del propio de una frontera. Nos acercamos al centro de la ciudad y rapidamente nos volvimos a la zona de la frontera con Paraguay donde nos dedicamos a mirar por los mercados, sentados en los cafetines viendo correr a la gente, de un lado a otro, comerciando, poligonos fronterizos de mercancias y personas estresadas, todo frente a un rio inmenso, una selva verde de pelicula al fondo.
Comimos por un euro cada uno en uno de esos sitios que nos encantan y que no recomiendan las guias: buffet libre de arroz, yuca, batata, frijoles, unas especies de migas con salchichas, zanahorias y brocolis al vapor, riquisimas chuletitas de ternera, otros tipos de carne que no probamos y ensaladas varias que dejamos de lado. Un eurito mas para un litro de cerveza y vuelta a Argentina.

Recogimos las maletas, subimos a un autobus y pusimos rumbo sur para llegar a San Ignacio, un pueblito minimo de calles de arena rojiza al que llegamos por la noche, bajo una lluvia importante, y donde encontramos un maravilloso lugar para dormir, regentado por un aleman y una argentina de nuestra edad, que han vivido varios años en Ushuaia y que tienen una casa hermosa con mucho terreno en el que han construido estas habitaciones en las que nos quedamos. Ayer exquisita pasta con aceite para cenar y esta mañana todavia no nos hemos animado a salir a descubrir las misiones, sigue lloviendo, estamos tranquilos, no tenemos prisa, ara lee en la habitación, yo me tomo mi tiempo para escribir. Da gusto tener un tiempo infinito en un lugar desconocido.

3 comentarios:

  1. Lo que da gusto es poder leerte.
    Y si no deja de llover, recuerda lo que dicen los francutes: On n'est pas en sucre, quand même!

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  2. Jooo, te leo y me corre por el cuerpo la sensación de ser un extraño en un entorno maravilloso, incluso puedo oler y escuchar los ruidos de la selva...un besazo fuerte y disfruta y empápate, pero no de lluvia, sino de experiencias!

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  3. siiiii
    qué bien leerte! a mi lo que me entran son unas ganas terribles de levantar el culo de la silla y la vista de la pantalla e irme por ahí! Si cierro los ojos me lo imagino...o me quedo dormida¿?

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