domingo, 17 de octubre de 2010

Santa Cruz - llegada

Al bajar del avión cambié -esta vez sí- de continente. Ushuaia forma parte de mi concepción del mundo europeo y está en las antípodas de la primera impresión al pisar Bolivia.

Nada más bajar del avión, una bofetada de calor. Sudor pegajoso al caminar hacia la terminal, enseguida siento la picadura de un mosquito. Aeropuerto pequeño, policías sudorosos, control fronterizo rápido. Taxis a un lado, minibuses al otro. Me monto en uno junto a una abuelita andina y sonrío. Cuando uno viaja solo, la sonrisa es el mejor aliado que tiene.

Santa Cruz es una ciudad de un millón y medio de habitantes y, junto a La Paz, el motor económico de Bolivia. Tiene poca altura, está cerca de Brasil y es mi tarjeta de presentación al país. He decidido venir sin guía de viajes, reservé una pensión por internet y me dejaré llevar. Tengo entre una semana y diez días para llegar a Potosí y encontrarme con Mamé y Laura.

Me bajo del minibus y agarro un taxi hasta la pensión, cerca de la plaza central. El cansancio de una noche de lectura y cafés en el aeropuerto me pide cama, pero salgo antes a inspeccionar la zona bajo un sol tiránico y como algo en un bar de comida brasileira.

Ducha, siesta, ventilador y salgo de nuevo cuando ya ha caído el sol. Sábado a la noche, las familias pasean por las calles, se siente alegría y paz. Paseo en chancletas y camiseta por primera vez en meses. Vendedores ambulantes de zumos naturales, parejas en los bancos con enormes helados, salas de videojuegos llenas de adolescentes, músicos callejeros, una exposición de esculturas de maderas en una plaza, un grupo de chavales con ropas anchas bailando breakdance, niños jugando en los parques infantiles, mujeres voluptuosas con generosos escotes que dejan muy lejos la opacidad de los abrigados cuerpos patagónicos, un mes por delante para vivir y descubrir, descansar y escribir. Tarareo uno de mis temas preferidos del amigo Bosco, suenan las trompetas, 'otra vida, nueva vida, otro tiempo que llega y se estira'.

Me siento en un bar lleno de familias con niños ruidosos. Una fuente al fondo me trae el sonido de Granada, pido una cerveza y un sandwich de pollo, pregunto si se puede fumar, me traen un cenicero y unas cerillas de marca Paraná. Bolivia tiene un bonito color.

1 comentario:

  1. ...y otro olor, seguro (además se puede fumar).¡qué aventura viajar solo, dejarse llevar, y ver lo que va surgiendo!...y ser quién quieras ser...no tener prejuicios ni con uno mismo...
    disfruta, y sigue compartiéndolo con nosotros!!!
    un beso, amante

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