sábado, 23 de octubre de 2010

Sucre

Al caminar por Sucre se siente tranquilidad, belleza, seguridad. Es una hermosa ciudad colonial, muy bien conservada (es Patrimonio de la Humanidad), en la que transcurre el tiempo con una sonrisa, mecido por una primavera calurosa que tiene en flor los enormes árboles de las muchas plazas, los cuidadísimos jardines que aparecen por toda la ciudad, cuidados con esmero por señoras con trajes tradicionales y coletas que miman las plantas.

El boliviano parece un pueblo tranquilo, habla flojo, le gusta comer, sonríe. Estoy en una casa de familia y la hija es profesora de español, el jueves acabé cenando con varios profesores de ELE, gente que escucha, mira a los ojos, pregunta sobre tí. A los cubanos o a los argentinos les gusta más hablar de ellos que saber de los demás.

La ciudad está llena de estudiantes, vendedores ambulantes, puestos de comida callejera, gentes ocupadas en sus gestiones, pero sin correr. Los mercados son mis museos, me paso el día recorriéndolos. Además de las frutas y hortalizas de todos los colores, hay comedores comunes con muchas señoras cocinando en grandes ollas, cada una su especialidad, donde la gente come muy barata comida casera. A partir de las 12 empiezan a comer y las mesas se llenan de trabajadores haciendo su pausa, compartiendo las mesas comunales.

Hay gente muy pobre, viejas muy mayores vendiendo su mercancía, niños trabajando en los puestos, miradas perdidas en el infinito, sonrisas sinceras en las conversaciones. Sucre tiene magia, estamos a 2.800 metros de altura, las casas matas pueblan los 7 cerros de esta ciudad llena de historia donde se iniciaron los primeros movimientos de independencia de todo el continente. Un lugar que parece que vive bien el desarrollo del mundo moderno y la perduración de las costumbres.

Paseo por la noche y es aún más sorprendente que el día. Viernes al caer el sol y un cartel del que no miro la fecha indica un concierto al aire libre que ya fue. No sé donde estoy, pregunto por un bus y dos jóvenes me invitan a compartir un taxi con ellas. No tienen miedo, sonríen. Llegamos a un parque tipo alameda, no hay concierto pero esta todo tomado por la gente. Se escucha música folclórica y me indican que son universitarios ensayando para algún tipo de festival. Multitud de grupos de chavales vestidos a la moda: ellos gorras y vaqueros, ellas camisas y pantalones ajustados. Bailan en grupos música folclórica muy parecida a la que he aprendido en Argentina: chacareras, sambas,... Ninguna cerveza, ningún porro, los chavales están al aire libre, bailan, charlan, flirtean. Se les ve felices.

Sigo caminando y llego a una fuente enorme con un show de agua, música y colores. Familias en los bancos comiendo palomitas, niños jugando a diestro y siniestro. Pasan dos chavales con bicis y cascos último modelo, saltando las escaleras y haciendo piruetas en los bancos. Un poco más allá hay tres pistas de tenis de tierra batida y un grupo grande de chicos y chicas entrenando. Recuerdo mis clases de tenis en la Junta del Puerto de Melilla con 7 u 8 años. Son las nueve y es noche cerrada desde hace un par de horas. Por el día iba en camiseta, ahora llevo el abrigo puesto.

Presidiendo la alameda un palacio histórico sede de la antigua administración judicial del Virreinato del Perú. Camino hacia el centro de la ciudad y escucho una charanga de trompetas y tambores. Me acerco y hay una multitud de jóvenes universitarios disfrazados, bailando y recorriendo las calles, derrochando alegría. Son de la facultad de Sociología y es su día de fiesta, los de Sociología siempre se lo han montado bien, en Granada también. Paran la circulación y ningún coche pita. Los sigo un buen rato hasta que llego a una zona concurrida llena de vendedores ambulantes y de puestos de comida. Gente por todas partes, los bolivianos siguen comiendo, charlando, caminando. Los vendedores deben ser gente más de campo, llevan ropas tradicionales, sobre todo ellas, independientemente de la edad: chancletas, faldas, rebecas, delantales a cuadro, trenzas larguísimas, gorros.

La calle es de la gente. Es una ciudad grande y la sensación es de seguridad total. No se ve apenas policía, solo algún guardia de tráfico. La calle es del pueblo. La calle es de todos.

3 comentarios:

  1. Ayyy Sergio, he estado estos días con una boliviana de Cochabamba, feminista ella, que trabaja con un proyecto de Presupuestos Sensibles a Género, hemos hablado y hablado. Si vais por allí, estará encantada de conoceros.

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  2. Llevo tiempo sin adentrarme en tu blog, hoy la casualidad ha hecho que acabe disfrutando de la lectura,espero tener más tiempo para leer todo lo que no he podido hasta ahora, porque con tus letras transmites no solo el viaje sino tb las sensaciones y Bolivia pasa de ser un país de allá, a ser cercana , casi tangible…


    Continuo con mi run run... tras las opo me mudaría, en ello estoy, mamita!...embalando y bajando muebles hacia mi, de momento, nuevo y bonito hogar..

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  3. amante!!!
    qué de personas, situaciones, olores y aventuras estás y vas a disfrutar!!!
    gracias por llamarme anoche.
    mucho amó!!!!!!

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